Rafa, ya no vamos
Rafa Nadal, en su debut junto a Carlos Alcaraz en París
Empezaré diciendo que Rafael Nadal se ha ganado el derecho a retirarse del mundo del tenis cuando le dé la gana. Y continuaré opinando, pues de ello y nada más se trata en estas líneas, que ese instante ha llegado ya. Es sencillo, su cuerpo, exprimido como el de un veterano de guerra, ha dicho basta para siempre y su cabeza no es suficiente. Hoy le ha dado para maquillar el drama y añadir las palabras ‘cabeza alta’, ‘orgullo’ y demás edulcorantes a todas las crónicas. ¿Es suficiente?
Fue caprichoso el destino, que nos situó frente a la realidad recién iniciados los Juegos Olímpicos. Segunda ronda y Novak Djokovic. Y el serbio, que tampoco está para tirar cohetes, abusó de Rafa primero y luego lo derrotó en una segunda manga jugada con más orgullo que tenis.
La propia narración en TVE ha reflejado la situación y la indulgencia con el ídolo que llega al ocaso frente a lo inevitable: “Siempre se puede soñar…”, “parece que recupera su nivel…”, “qué mala suerte ha tenido Rafa…”, “el calendario no le ha beneficiado…”.
No, seamos sinceros en la alegría y en la tristeza, pues autocompadecerse es incluso más dañino. Nadal es un 50% de lo que fue porque tiene 37 años y ha sufrido más de 25 lesiones en dos décadas. Ley de vida. Nunca habrá palabras para admirar y honrar su obra eterna, pero pensar que podía eliminar a Novak Djokovic era iluso y, por momentos, el partido fue un abuso. Aquellos maravillosos años… lo fueron, pero ya.
A Nadal todavía le queda la oportunidad olímpica del dobles, donde su experiencia marida con la energía infinita de Carlos Alcaraz. Quizás por este camino consiga la gloria que abroche una carrera como la suya, ese podio impagable. Y después, llegará el momento de tomar una decisión. Durante el último año, nuestro mejor deportista buscó luz en la más rendija más pequeña. Pero, esta vez, da la impresión de que la persiana se ha bajado para siempre: su apetito se mantiene, pero su cuerpo ya no funciona al nivel exigible a su pedigrí. O eso, al menos, opino yo: que no compensa.
Él, se ha ganado el derecho a decidir cómo quiere terminar su libro.